Para Paz Austin Quiñones, directora general del Consejo Mexicano Vitivinícola (CMV), el desarrollo actual de la industria vinícola fue el sueño de muchas generaciones dedicadas a la producción y la comercialización nacional.
Por Daniel Villanueva
A la par de otras bebidas tradicionales, el vino ha acompañado la conformación histórica del país. De tal forma, aunque desde 1531 el rey Carlos V decretó que todas las embarcaciones hacia la Nueva España llevasen vides consigo, no fue sino hasta 1593 que estas dieron pie a la primera bodega en nuestro territorio —específicamente en Parras, Coahuila—.
Más de un siglo después, la producción de la bebida comenzó a consolidarse. En los últimos diez años, esta industria ha crecido más del 50%, de acuerdo con el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP).
Para Paz Austin Quiñones, directora general del Consejo Mexicano Vitivinícola (CMV), tal desarrollo fue el sueño de muchas generaciones dedicadas a la producción y la comercialización de vino nacional.
“La industria de bebidas alcohólicas en nuestro país, como la conocemos hoy en día, en bebidas tan emblemáticas como el tequila, empezó hace 500 años a la par que el vino. A mí me encanta colocar al vino en la categoría de bebidas tradicionales mexicanas, porque forma parte de nuestra historia; sin embargo, por cuestiones políticas, comerciales y diplomáticas, nunca había tenido un apoyo hasta hace unos veinte o treinta años”, señala.
Años dorados para la viticultura nacional
Este avance se refleja en las quince entidades mexicanas productoras de vino, ya que recientemente Hidalgo fue nombrado por el CMV como una nueva región vitivinícola en el país.
Paz recalca que aún queda mucho por crecer ya que, de las 37 mil hectáreas plantadas con uva (en sus diferentes vocaciones), sólo 12.5% de su producción se destina a la vinificación —por lo que la mayor parte del vino mexicano es consumido en el mercado local—.
Aunque el consumo de vino es de 1.2 litros per cápita en México, alrededor del 70% era importado en los últimos años. Por ello, el CMV proyectó el aumento de la producción para propiciar el crecimiento del consumo nacional al 50%.
«Estamos a punto de alcanzarlo. Ha crecido mucho la preferencia del vino mexicano y esto tiene que ver con diferentes factores, como las tendencias de consumo preferente de productos locales derivadas de la pandemia.
Por ahora, estamos muy concentrados en abastecer nuestro propio mercado nacional. En estimaciones optimistas, yo diría que la preferencia ha subido al 40% con respecto al vino importado”, afirma la directora general del CMV.
Paz Austin añade que, para los próximos años, los productores de vino auguran un crecimiento del 20% en cuanto a las hectáreas de plantación con variedades de vitis vinifera. “Para que esto suceda, trabajamos de la mano con la agricultura. A su vez, buscamos atraer inversión extranjera, ya que bajo este modelo también hemos tenido éxito”, explica.
El impulso del enoturismo
La vendimia es el último eslabón en la producción de vino. Tradicionalmente, ese momento se traducía en una gran celebración donde se “pisaba la uva”.
Ahora, la temporada de vendimias (entre julio y agosto) da pie a diferentes festivales que ofrecen catas, visitas guiadas por los viñedos y bodegas, además de algunos espectáculos culturales y gastronómicos.
Paz señala que gran parte del desarrollo de esta industria corresponde a la explosión del enoturismo nacional. Actualmente, México tiene seis Rutas del Vino con reconocimiento internacional y casi 400 bodegas.
En los últimos dos años debido a la pandemia, estas celebraciones no pudieron llevarse a cabo en su totalidad, lo que causó pérdidas millonarias. No obstante, el año en curso pronostica ser excelente para el sector.
“Además de recuperarnos, queremos lograr posicionamiento y desarrollo de productos de calidad en el tema turístico, de tal manera que el enoturismo pueda situarse como referente del turismo nacional”, añade la directora general.
El enoturismo no sólo beneficia a la difusión del fermentado de uva, sino que es un aliado en el desarrollo económico de las entidades productoras. Esto detona sinergias importantes entre los protagonistas de esta industria y los actores del sector público.
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